martes, 3 de noviembre de 2015

MARTÍN LUTERO, UNA CONCIENCIA SUJETA A LA PALABRA DE DIOS - Natanael Vera



Pocos hombres en la historia han sido más revolucionarios que Martín Lutero, y las opiniones acerca de él van de un extremo a otro, dependiendo del cristal con que se mire.

Justo L. González grafica bien esta idea al decir que “para unos, Lutero es el ogro que destruyó la unidad de la Iglesia, la bestia salvaje que holló la viña del Señor, un monje renegado que se dedicó a destruir las bases de la vida monástica. Para otros, es el gran héroe que hizo que una vez más se predicara el evangelio puro, el campeón de la fe bíblica, el reformador de una Iglesia corrompida.”

La historia nos ha enseñado que de tiempo en tiempo —y más aún en época de oscuridad— Dios determina hacer que su luz brille más fuerte que nunca, y para que la gloria sea solo suya lo hace depositando su tesoro en vasos de barro, a los cuales llama sus siervos. Lutero fue uno de ellos.

Lutero nace en Eisleben, Alemania, el 10 de noviembre de 1483. Hijo de Hans y Margarette, su familia fue de condición humilde y su padre trabajaba en la minería. En 1484, su familia se traslada a Mansfeld, donde su padre comienza a dirigir varias minas de cobre y llega a prosperar convirtiéndose así en un hombre prominente de la localidad. Era deseo de Hans que Lutero algún día llegara a ser funcionario público, para darle honores a la familia. Con este fin, Lutero fue enviado a varias escuelas y en 1501, a los 17 años, Lutero ingresa a la Universidad de filosofía de Érfurt, donde obtiene una licenciatura y una maestría. Luego, siguiendo los deseos de su padre, se inscribió en la Facultad de Derecho de esta universidad.

En 1505, Lutero decidió ir a visitar a sus padres y, providencialmente, todo cambió en el camino de regreso. Cuando volvía, se desató una terrible tormenta eléctrica y un rayo cayó cerca de él. Muy aterrorizado y temeroso, invoca a la patrona de los mineros pidiendo ayuda y haciendo una promesa, él dice: «Sálvame, querida santa Ana, y me haré monje». Él salió con vida de la tormenta y se decidió a cumplir su promesa; abandonó la carrera de Derecho y, en contra de la voluntad de su padr,e entró en el monasterio Agustino de Erfurt. Así, en 1506, con 22 años, fue consagrado monje y se dedicó por completo a la vida del monasterio. Se empeñó en realizar buenas obras con el fin de complacer a Dios y servir a otros mediante la oración por sus almas.

Hay quienes dicen que Lutero no solo dejó sus estudios y optó por la vida monástica debido a su promesa, sino que lo hizo debido un profundo interés en su propia salvación. Dice Justo González que “la razón última que llevó a Lutero a tomar el hábito, como en tantos otros casos, fue el interés en su propia salvación. El tema de la salvación y la condenación llenaba todo el ambiente de la época. La vida presente no parecía ser más que una preparación y prueba para la venidera. Luego, resultaba necio dedicarse a ganar prestigio y riquezas en el presente, mediante la abogacía, y descuidar el porvenir. Lutero entró al monasterio como fiel hijo de la Iglesia, con el propósito de utilizar los medios de salvación que esa Iglesia le ofrecía, y de los cuales el más seguro le parecía ser la vida monástica.”
Este interés en su salvación llevó a Lutero a buscar aplacar, en la Iglesia y en su sistema, las tremendas inquietudes internas que tenía. Se dedicó con mucha intensidad las buenas obras, al ayuno, las flagelaciones, largas horas en oración, al peregrinaje y a la confesión constante.

Un acontecimiento que marcó a Lutero fue la celebración de su primera misa, “Según él mismo cuenta, fue una experiencia sobrecogedora, pues el terror de Dios se apoderó de él al pensar que estaba ofreciendo nada menos que a Jesucristo. Repetidamente ese terror aplastante de Dios hizo presa de él, pues no estaba seguro de que todo lo que estaba haciendo en pro de su propia salvación fuese suficiente.” “Pensaba que era necesario acudir a todos los recursos de la Iglesia para estar a salvo. Pero se daba cuenta que esos recursos tampoco eran suficientes”. Él tenía una gran conciencia de su condición de pecado y percibía que nada de lo que hacía podía testificar a su espíritu de la justicia de Dios.

Otro acontecimiento significativo fue una visita que realizó a Roma. Esperaba encontrar allí una especie de Sión terrenal y, contrario a esto, la visita le causó una gran decepción al ver la terrible condición de corrupción en la que la Iglesia había caído.

Luego de ser ordenado como sacerdote, comenzó a enseñar Teología en la Universidad de Wittenberg. También recibió una licenciatura en Estudios Bíblicos, el grado de Doctor en Teología y el título de Doctor en Biblia. Era un ávido lector de las Escrituras y así se sumergió en el estudio de la Biblia y de la Iglesia primitiva. Caía de a poco en cuenta que la Iglesia a la que partencia estaba muy lejos de seguir el modelo de la Iglesia primitiva, y que lo que ella enseñaba distaba mucho de lo que enseñaban las Escrituras.

Lutero comenzó a dar exposiciones sobre algunos libros de las Escrituras, y fue cuando comenzó a exponer la epístola a los romanos que fue iluminado por Dios. Fue leyendo y estudiando el primer capítulo sobre “la justicia de Dios”, más específicamente donde Pablo declara que “el justo por la fe vivirá” donde la luz del evangelio brilló. Dice Lutero:“La ‘justicia de Dios’ no se refiere aquí, como piensa la teología tradicional, al hecho de que Dios castigue a los pecadores. Se refiere más bien a que la “justicia” del justo no es obra suya, sino que es don de Dios.“La ‘justicia de Dios’ no se refiere aquí, como piensa la teología tradicional, al hecho de que Dios castigue a los pecadores. Se refiere más bien a que la “justicia” del justo no es obra suya, sino que es don de Dios.
La ‘justicia de Dios’ es la que tiene quien vive por la fe, no porque sea en sí mismo justo, o porque cumpla las exigencias de la justicia divina, sino porque Dios le da este don. La ‘justificación por la fe’ no quiere decir que la fe sea una obra más sutil que las obras buenas, y que Dios nos pague esa obra. Quiere decir más bien que tanto la fe como la justificación del pecador son obra de Dios, don gratuito.” Y sigue diciendo: “sentí que había nacido de nuevo y que las puertas del paraíso me habían sido franqueadas. Las Escrituras todas cobraron un nuevo sentido. Y a partir de entonces la frase ‘la justicia de Dios‘ no me llenó más de odio, sino que se me tornó indeciblemente dulce en virtud de un gran amor”.

Para ese tiempo, el papa León X deseaba terminar la construcción de la Basílica de San Pedro y la venta de indulgencias servía como medio para recolectar dinero para ello. Lutero vio este tráfico de indulgencias no solo como un abuso de poder, sino como una mentira que, no teniendo base en las Escrituras, podría confundir a la gente y llevarla a confiar solamente en la mentira de las indulgencias. Así, predicó varios sermones contra las indulgencias y el 31 de octubre de 1517 fue cuando clavó sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg como una invitación abierta a debatirlas.
El Papa León X desestimó esto, e hizo insignificante el caso de Lutero diciendo que era un “borracho alemán quien escribió las tesis” y afirmando que “cuando esté sobrio, cambiará de parecer“. Lutero fue denunciado como quien se oponía de manera implícita a la autoridad del Sumo Pontífice, por lo que fue declarado un hereje.

Tres fueron los escritos más importantes de Lutero: el primero, “el Discurso a la nobleza cristiana de la nación alemana”, hizo un llamado a los alemanes a la reforma de la iglesia y la sociedad; el segundo, “La cautividad babilónica de la Iglesia”, atacó a todo el sistema sacramental de la Iglesia; el tercer folleto fue “La libertad del hombre cristiano”, dirigido al papa, no era de carácter argumentativo y enseñaba claramente la doctrina de la justificación por la fe sola.

Fue en enero de 1521, cuando pronunció una de sus frases más citadas y recordadas, al ser convocado a comparecer en la Dieta en Worms para que se retractarse de sus escritos. Lutero respondió lo siguiente: “Ya que su serenísima majestad y sus altezas exigen de mí una respuesta sencilla, clara y precisa, voy a darla, y es esta: Yo no puedo someter mi fe ni al papa ni a los concilios, porque es tan claro como la luz del día que ellos han caído muchas veces en el error así como en muchas contradicciones consigo mismos. Por lo cual, si no se me convence con testimonios bíblicos, o con razones evidentes, y si no se me persuade con los mismos textos que yo he citado, y si no sujetan mi conciencia a la Palabra de Dios, yo no puedo ni quiero retractar nadasi no se me convence con testimonios bíblicos, o con razones evidentes, y si no se me persuade con los mismos textos que yo he citado, y si no sujetan mi conciencia a la Palabra de Dios, yo no puedo ni quiero retractar nada
, por no ser digno de un cristiano hablar contra su conciencia. Heme aquí; no me es dable hacerlo de otro modo. ¡Que Dios me ayude! ¡Amén!”

Aquí, el quiebre con la Iglesia Católica Romana se hizo permanente y definitivo. Se emitió un edicto declarando Lutero apóstata, y sus escritos fueron prohibidos. Lutero huyó y decidió esconderse en el castillo de Wartburg en Eisenach. Recluido, allí pasó un año, trabajando en una traducción de la Biblia al alemán. En 1522 Lutero regresó a Wittenberg, donde llevó a cabo varias reformas. Finalmente se enamoró de Catalina de Bora (una ex monja) con quien se casó y tuvo seis hijos. Falleció en Eisleben, Alemania, 18 de febrero de 1546 a los 63 años.

Lejos de idolatrar a Lutero, encontramos en él un hombre falible y débil, alguien que Dios quiso usar para reformar su Iglesia, y para esto derramó en el de sus gracia al darle luz, firmeza y convicción. Por eso, es a Dios a quien debemos dar la gloria, y pedirle nos conceda las misma gracia, para ser también hombres que en nuestra generación glorifiquen su nombre por medio de su Verdad.

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